Odio los domingos. Siempre lo he hecho. Aunque marquen el comienzo de algo bueno, el peso de marcar el final pesa más... y es como si en ese final se amontonasen todos los recuerdos, echar de menos y demás sentimientos que atormentan tu cabeza. Es como si algo te empujase a escuchar todas esa canciones que te recuerdan tal situación o a esa persona que no está a tu lado. Es cuando la melancolía te gana el pulso y recuerdas porqué odias los domingos. Porque todos ocurre lo mismo.
La vida fluye entre frases de canciones, días de sol o lluvia, y viajes entre las páginas de los libros, aportándole motivos para soñar. Hay sueños y sentimientos que si nunca ven la luz, ni sienten el calor del sol, formarán a pasar parte de recuerdos olvidados que tarde o temprano acabarán congelándose de tal manera que nadie se acuerde de ellos. Los elegidos tendrán el privilegio de transformarse en textos que inunden tu mirada.
Pues a mi me gustan. Me parece un día bastante cómico. Levantarte al medio día, tomarte un gelocatil para la resaca y pasar el resto del día tirado en casa sin hacer absolutamente nada o entretenerte con alguna chorradita. Me gustan los domingos, porque en realidad es el único día de la semana que de verdad me tomo para descansar, tanto física como mentalmente.
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