miércoles, 6 de julio de 2011

Ausencia.

Suena el teléfono... en realidad solamente escucha el pitido que precede a la misma respuesta que se repite una y otra vez desde hace ya demasiado tiempo. Ninguna. Lo peor de todo es que es consciente de ello. Si hasta ahora nada había cambiado, ¿Por qué iba a tener que hacerlo de repente? Pasaba el tiempo, que mezclado con su caprichosa ingenuidad, era la perfecta dosis diaria de tristeza. Caprichosa porque no venía a cuento, porque se empeñaba una y otra vez en estancarse en un pasado que no volvería... Melodías que retumbaban en su  cabeza, recuerdos atrapados en el corazón... ya no volverían a ver la luz, ni si quiera a tener sustitutos que reemplazasen el vacío que alimentaba sus latidos. Miedo. Temor a que un cruce de miradas tuviese lugar y sus ojos no fuesen capaces de contener la sobrecarga de lágrimas... ¿Pero porqué estaba haciendo eso? ¿Por qué pensaba en hechos que jamás volverían a suceder? La tormenta de las dudas continuaba persiguiéndole cada día. Esperar un cambio era lo más absurdo que podía hacer y ahí estaba... haciéndolo de nuevo. No quería ver que todo estaba totalmente perdido a pesar de que era consciente de su ausencia.

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