Sé que nunca vas a reparar en mi existencia. No al menos de la forma en que existia. Y sí, lo digo en pasado, si una vez ya di todo, no puedo hacerlo una vez más. Y no eres el culpable del dolor que causó o causa el resto, pero no soy un muro de hierro invencible. No te culpo de nada, si todo estuviese bajo un mínimo de equilibrio sé que volvería a dar todos y cada uno de los pasos que di, y más. Quizás por esto, me he posicionado del lado del egoísmo. Me gana el pulso el dolor al darlo todo y que no signifique nada, aunque es verdad que no sé si duele más el sentirme invisible para ti, o verte roto. Es una encrucijada, un bucle, un laberinto sin salida, y alejarme seguramente sea la peor opción, pero dime ¿después a mi quién me haría remontar el vuelo? Efectivamente, como otras tantas veces, nadie. Aun así, se suma a todo lo demás el desgarro de verte pidiendo auxilio, a tu forma, esa que reconocí desde el primer día, esa que... Me hizo conocer más allá de las múltiples caretas. Esa que me sigue tocando la fibra y al mismo tiempo me hace alejarme antes de que salgamos mal heridos. Más aun.
La vida fluye entre frases de canciones, días de sol o lluvia, y viajes entre las páginas de los libros, aportándole motivos para soñar. Hay sueños y sentimientos que si nunca ven la luz, ni sienten el calor del sol, formarán a pasar parte de recuerdos olvidados que tarde o temprano acabarán congelándose de tal manera que nadie se acuerde de ellos. Los elegidos tendrán el privilegio de transformarse en textos que inunden tu mirada.
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